Era inicio de otoño, y de noche la brisa se sentía con más fuerza.
Ambos estaban juntos. Por última vez compartían ese momento.
Fue ahí, entre el silencio, que él se animó a decir:
—¿Sabes? Creces al lado de una persona y crees
que la conoces bien, pero con el tiempo y las experiencias… te das cuenta de
que no la conocías tanto.
—Es gracioso que tú pienses eso y lo digas.
—¿Por qué? Yo no fui el que cambió.
—¿Realmente lo crees?
—Te lo puedo asegurar —él miró al suelo,
pensativo—. Bueno… quizás tengas razón. Pero no cambié tanto.
El silencio se apoderó de ambos.
Las ideas estaban en el aire.
Cualquiera pudo haberlas dicho, pero fue ella quien habló primero.
—Creo que esto tenía que pasar algún día. No
íbamos a ser niños siempre… no somos como Peter Pan.
—Tienes razón. Pero es que, de alguna forma,
pensé que íbamos a estar juntos para siempre.
—Sí… juntos para siempre.
La conversación se tornó triste.
Se miraban.
Y apenas podían sonreír.
Ambos sentían nerviosismo, un vacío que enfrentaba la realidad.
De pronto, él volvió dijo:
—Eso no pasará nunca.
—No… nunca.
—Sabía que esto no duraría para siempre. Pero
por alguna razón, intenté soñar con que sí…
Y aunque era una fantasía, me hacía feliz. Por mucho tiempo fue mi razón de
vivir.
Al escucharlo, ella agregó:
—Nada dura para siempre.
Es difícil ver la realidad… pero hay que vivir en ella.
Él se acercó y le besó la frente.
Ella lo miró con ternura.
Luego él la abrazó, le tomó las manos, y le dio un beso.
No era uno más.
Ese beso llevaba recuerdos, experiencias, alegrías, llantos.
Quizás era el último.
El de la despedida.
Pero fue el más profundo entre los dos.
Ella se dejó besar mientras sus ojos
derramaban lágrimas.
Y juntos pasaron la noche haciendo el amor,
entregándose a sus más grandes deseos,
a lo que alguna vez fue lo más importante.
Horas después, echados en una alfombra y
tapados con una colcha que habían encontrado colgada,
él le acarició suavemente el rostro y le dijo:
—¿Sientes lo que llevo en mi pecho?
—¿Qué cosa?
—Estas ganas locas de amarte. Es tan fuerte…
—Creo que sí.
—Qué ironía… tendré el mundo a mi disposición,
pero no te tendré a ti.
Es solo cuestión de que me adapte a eso. Lo siento.
—Sí… bueno, lo mismo pienso, solo que no lo
digo.
No me es tan fácil expresarlo como a ti.
—No te preocupes. No tienes que decir nada.
No te sientas comprometida.
Yo sé lo que piensas y sientes.
Y no necesariamente tienes que decírmelo.
—Quizás algún día nos encontremos en el
futuro…
—Sabes bien que eso no ocurrirá.
El final de nosotros termina aquí.
Pero nuestros sentimientos serán eternos.
No necesito tenerte físicamente para saber que te amaré toda la vida...
Hubo una vez unos niños que se conocieron de
forma casual.
Se enamoraron.
Juntos crecieron, creando un mundo paralelo en el que los dos eran felices.
Lo pintaron de cosas bellas y crearon un nuevo lenguaje de amor.
Él no era buen mozo, pero era tierno.
Ella, más que por su belleza física, resaltaba por su inteligencia y bondad.
Cada cosa que vivieron juntos fue, es y será
la mejor historia de sus vidas.
Y así, por muchos años, llevarán en el corazón el recuerdo de haberse amado
alguna vez…
Esos años maravillosos.


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