No con dolor.
Solo despierta algo, como si el tiempo se hubiera detenido sobre una idea o una conversación, una que me invita a caminar por capítulos que ya no sé si son verdad, pero que todavía son contigo.
Te pienso con cuidado,
de madrugada,
en ese silencio.
Solo
me acompaña la nostalgia y la comprensión que gané con el tiempo,
esa que en su
momento me faltó.
En esas noches no escribo para recuperarte,
ni para que regreses,
Te escribo como quien guarda una carta en un baúl,
por si un día —uno de esos en los que el destino se pone juguetón—
decide ponerla frente a ti.
Si ese día llega,
quiero que sepas algo simple:
cuando pienso en ti,
todavía me nace algo bueno.
Algo que cuida,
algo que protege,
algo que recuerda sin romperse.
Y si ese día no llega,
igual está bien.
Porque escribirte es mi manera de cuidarte
sin interrumpir tu camino,
y de honrar lo que fuimos
sin intentar volver.
A la distancia,
con la calma que antes no tenía
y el cariño que nunca se fue.
Quiero que sepas que hay una parte de mí que te recuerda.
Ahora ocupas un lugar en mis paranoias,
un lugar al que siempre vuelvo con la misma idea:
Tú.

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