Nota del autor:
Hay noches que no se olvidan,
que regresan como un soplo de vida cuando el recuerdo vuelve.
Son noches que guardo como un refugio,
porque todavía puedo verla,
a ella, como un recuerdo vivo: mi abuelita Delia.
Ya no con la comida caliente —porque una enfermedad ya no se lo permitía y la tenía en cama—,
pero sí despierta, esperándome, con el amor intacto…
con el superpoder de ser mi heroína para protegerme de los golpes que por esos días me tocó vivir.
Hay noches que no se olvidan,
que regresan como un soplo de vida cuando el recuerdo vuelve.
Son noches que guardo como un refugio,
porque todavía puedo verla,
a ella, como un recuerdo vivo: mi abuelita Delia.
Ya no con la comida caliente —porque una enfermedad ya no se lo permitía y la tenía en cama—,
pero sí despierta, esperándome, con el amor intacto…
con el superpoder de ser mi heroína para protegerme de los golpes que por esos días me tocó vivir.
Volvía a casa con el corazón cansado,
arrastrando penas que la vida,
demasiado temprano,
me había hecho cargar.
Pero ahí estaba ella.
Mi abuelita.
Mi niña anciana.
Mi refugio postrado.
Su cuerpo ya no respondía,
pero su amor me sostenía entero.
Entraba a su cuarto sin decir alguna palabra,
ella lo sabía todo.
Me miraba con esa media sonrisa suya
y me ofrecía lo único que tenía:
su compañía, su historia.
Y una canción nos volvía cómplices:Volver de Gardel.
como si con cada verso y nota
ella regresara a sus años en Arequipa,
a su juventud,
a esa versión de la vida que, aunque doliera ella amaba tanto.
Y mientras lo hacíamos,
algo en mí también regresaba.
A la raíz.
A la paz.
Le tomaba la manita arrugada,
la besaba suave,
y lloraba en silencio,
como si cada lágrima dijera:
“Gracias por sostenerme, incluso desde la cama.”
Ella no decía nada.
Pero su rostro lo decía todo:
“No me engañas, hijito… pero te dejo creer que sí.”
Esa era nuestra complicidad.
Un lenguaje de dos almas que sabían que el tiempo se acortaba,
pero el amor siempre iba a ser eterno.
Nadie me sostuvo tanto,
como lo hizo ella incluso sin poder caminar.
Nadie me enseñó tanto sobre la vida,
como lo hizo ella en esas noches donde ambos
nos sabíamos frágiles,
pero juntos…siempre fuimos invencibles.
Magdalena, 08 de octubre de
2010
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