12 abr 2025

La otra despedida

No fue solo ella.
También se fueron ellos.
Esa familia que me abrazó sin pedir explicaciones,
que me cobijó en el momento más oscuro de mi vida,
Cuando perdí a mi mamá y el silencio que ella dejó aún me costaba.

Extraño sus formas de hacer familia hasta en lo más simple.
Disfrazando el amor en comidas, risas y charlas.
Esas reuniones donde la casa olía permanentemente a cariño
Esa rutina que sin saberlo me salvaba.

Porque hay amores que no se explican, se sirven calientes en un plato.
Que tienen olor a guiso y se cocinan lentamente.
Que están en esa sobremesa que se alarga sin apuro.
Y aunque uno ya no esté ahí.
Ese calorcito, intacto, servido, aunque cambie, no desaparece.

Y sí, yo también tenía una familia.
Pero la mía estaba rota, como yo,
como mi forma de amar.
Y ellos me enseñaron que el amor puede ser calidez, rutina, equipo.
Que se puede pelear y seguir siendo hogar.

Hoy, los recuerdos vienen a mí como fotos viejas,
esas que uno guarda sin intención,
pero que a veces aparecen con fuerza y te detienen.
Me dicen que no los olvide.
Que lo que aprendí ahí —en esa casa, en ese amor sencillo—
me sigue sosteniendo.

Porque ese fue mi lugar feliz.
Y ellos, los míos.
Aunque el tiempo haya pasado,
sé que cada vez que me pierda,
puedo cerrar los ojos
y volver a sentarme en esa mesa.
Donde éramos invencibles al tiempo,
porque estábamos juntos.
Y con eso bastaba.

A veces me pregunto si ellos también me extrañan.
O si saben que yo, en silencio,
los sigo queriendo.
Como se quiere a los lugares donde uno alguna vez se sintió a salvo.





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