Nota del Autor:
Antes de Lucas, hubo una
historia que nadie conoce.
La de una perrita viejita que llegó a mi casa “temporalmente”.
En tiempos donde yo le daba la espalda al mundo…
fue ella quien decidió no darme la espalda a mí.
Con su andar pausado y sus silencios llenos de amor, volvió a encender la luz de un corazón extraviado.
Sin saberlo, preparó el terreno más importante de mi vida:
el que permitiría que Lucas pudiera encontrarme.
Y a mí… dejarme encontrar.
Esta es la historia de Shane.
La de una perrita viejita que llegó a mi casa “temporalmente”.
En tiempos donde yo le daba la espalda al mundo…
fue ella quien decidió no darme la espalda a mí.
Con su andar pausado y sus silencios llenos de amor, volvió a encender la luz de un corazón extraviado.
Sin saberlo, preparó el terreno más importante de mi vida:
el que permitiría que Lucas pudiera encontrarme.
Y a mí… dejarme encontrar.
Esta es la historia de Shane.
A veces el amor llega de manera silenciosa,
en forma de patitas.
Shane, mi viejita linda,
era una perrita que, con sus diez años encima, apareció sin ruido.
Como las cosas que no avisan, pero cambian todo.
No me buscó.
Me encontró.
Y en ese encuentro, suave y callado,
me enseñó que el amor también puede venir con canas,
con pasos lentos,
y sin prometer eternidad.
Shane fue una pausa en medio de mi caos.
Una mirada sabia en un cuarto oscuro.
Ella tenía una costumbre:
buscar mantitas, ropa, algo que oliera a humano y le diera calor,
para así poder echarse.
Pero no tan cerca,
como si supiera que mi alma todavía no quería compañía,
aunque la necesitara.
No me pidió permiso.
Se quedó.
Y yo, sin saber cómo,
empecé a volver.
Dicen que los amores grandes no se quedan para
siempre,
pero sí dejan algo que no se borra.
Ella dejó una forma.
Un espacio habitado.
Un lenguaje sin palabras.
Ella tenía un propósito.
Ahora lo sé.
Mi viejita linda no apareció para quedarse
eternamente,
sino para abrir un espacio en mi amargo corazón.
Habitó ese rincón un tiempo,
pero sobre todo… lo preparó para alguien más.
¡Y entonces llegó Lucas!
Ella ya lo tenía todo listo:
el cuarto, la cama,
y sobre todo…
mi corazón.
Shane le enseñó con gestos, rutinas y silencios.
Le mostró cómo era nuestra forma de querernos,
cómo se daban los mimos y los espacios.
Y Lucas, como si supiera que ella le cedía su lugar,
empezó a imitarla.
A ocupar los rincones que ella usaba,
a seguir nuestros pasos,
a entender, sin que nadie se lo dijera,
que ella le estaba dejando su herencia de amor.
Fue un relevo silencioso.
Esa fue la forma en la que Shane se quedó… incluso después de irse.
Hoy, cuando Lucas me recibe por las noches,
mirándome desde la cama con sus ojitos ansiosos,
esperando a que me eche para subirse a mi pecho y llenarme de besos…
sé que esa costumbre no es solo suya.
Esa la heredó.
Porque antes de Lucas…
Shane me eligió.
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