20 abr 2025

Nunca dejé de escribir

A veces no hace falta una hoja en blanco.
Basta con sentir, imaginar y dejar que las palabras se acomoden solas,
en la memoria, en el pecho o en el tiempo.


Yo no escribo para agradar.
Lo hago porque así entiendo el mundo.
Porque veo la vida como si estuviera hecha de capítulos,
transformando a los que me rodean en personajes.
Todos juntos en una historia que avanza sin permiso…
una que, en el fondo, me tiene siempre atrapado, componiendo.

Escribo para recordar lo que no necesito olvidar.
Y no siempre lo hago con las manos.
A veces también escribo sin palabras,
imaginando diálogos,
incluso cuando los personajes aún no han llegado.

Durante un tiempo pensé que esa parte de mí había muerto.
Pero no era cierto, y aunque lo intenté,
ella nunca me dejó.
Me siguió acompañando en cada conversación, en esos silencios largos,
en las heridas y en las miradas que persisten.
Porque todo lo que vivo ya está listo
para ser parte de ese libro que no me canso de leer.

Escribo también cuando una canción me toca sin avisar,
cuando veo un atardecer y me conmuevo sin saber por qué.
Escribo cuando camino y observo a dos personas reírse en la calle
y me invento la historia que las hizo tan felices.
Escribo cuando recuerdo, cuando espero,
cuando algo se rompe y no sé cómo seguir.
Cuando imagino que ese amor nunca se fue…
y tal vez ni siquiera ha llegado.
Porque tengo una conexión con lo que pasa desapercibido,
con los detalles que otros olvidan,
pero que a mí me hablan bajito.

Y por fin entendí que este soy yo:
el que siempre tuvo la necesidad de escribir.
De ver la vida como un gran relato,
y a los que me rodean, como personajes con luz propia.
Hoy, esos capítulos inevitables de tristeza y amor
expresan mi mundo.
Ese que no quiero, con el tiempo, tener que decir:
¡Se me fue!




17 abr 2025

Mi promesa eterna


Recuerdo la primera vez que la vi,
como si el corazón tuviera memoria y la conociera de otra vida.
Su existencia me atrapó,
como solo puede hacerlo una canción o un libro.
Y no me equivoqué,
porque hasta hoy ella sigue siendo uno de los capítulos más hermosos de mi vida.
Y así empezó, un amor adolescente de dos almas antiguas,
compartiendo gustos y sueños,
descubriendo en cada conversación que nuestras ideas eran la forma de abrazarnos,
Así, sin darnos cuenta, esas charlas en el mueble siempre nos transportaron lejos, olvidándonos del tiempo.
Éramos dos personas que se disfrutaban sin apuro, porque eso siempre fue lo mejor que supimos hacer.

Juntos nos acompañamos a crecer.
Ella fue la primera que me vio sin máscaras,
la que abrazó como suyos mis temores y entendió mis silencios.
Verla sonreír me hacía invencible,
y eso no era casualidad,
porque con ella entendí
que lo más importante
no era que se quedara conmigo,
sino que estuviera bien,
aunque fuera lejos.

Y cuando el final de nuestra historia llegó —o al menos eso creía—
yo me hice un juramento:
nunca dejar de amarla.
Y lo cumplí.

Porque el tiempo y la vida alejaron nuestros caminos,
pero la complicidad siguió intacta.
Y cada cierto tiempo, algo nos volvía a juntar.
Y ahí estábamos otra vez, compartiéndolo todo,
incluso lo que no entendíamos.
Así nos hemos acompañado en muchas versiones de nosotros mismos,
y en todas nos seguimos reconociendo.

Y aunque no fue el final que imaginé, fue mejor.
Porque hoy ya no necesito que esté cerca para sentirla.
Y su felicidad —aunque a veces no me incluya—
también es la mía.

Hoy, aunque no coincidamos tan seguido,
ella sabe cómo estoy.
Y yo también la siento.
Porque hay personas que se hablan incluso en el silencio.

Este amor no terminó.
Solo se transformó.
Y nos va a acompañar toda la vida.
Porque la promesa  ya no está atada a estar juntos.
Ahora se sostiene en cuidarnos y sonreírnos a la distancia,
como lo venimos haciendo en esta y en todas las realidades donde existimos.
llevando un poco del otro.
Y eso de alguna forma… siempre será así.

Porque ella,
mi princesa, mi amiga,
mi parte favorita del pasado…
es también mi ternura en el presente.
Y siempre, siempre,
vas a ser mi promesa eterna.

Epílogo

El mundo está acostumbrado a los finales tristes,
a las despedidas definitivas,
a olvidar para seguir.
Recordar así un amor del pasado parece un sacrilegio.
Pero yo no escribí esto para quedarme atrás,
lo escribí para no perder lo que me hizo ser quien soy.

No todo amor debe terminar en ruptura.
Algunos solo cambian de forma.
Y eso… también es una forma de amar.

13 abr 2025

SHANE

Nota del Autor: 
Antes de Lucas, hubo una historia que nadie conoce.
La de una perrita viejita que llegó a mi casa “temporalmente”.
En tiempos donde yo le daba la espalda al mundo…
fue ella quien decidió no darme la espalda a mí.
Con su andar pausado y sus silencios llenos de amor, volvió a encender la luz de un corazón extraviado.
Sin saberlo, preparó el terreno más importante de mi vida:
el que permitiría que Lucas pudiera encontrarme.
Y a mí… dejarme encontrar.
Esta es la historia de Shane.


A veces el amor llega de manera silenciosa,
en forma de patitas.

Shane, mi viejita linda,
era una perrita que, con sus diez años encima, apareció sin ruido.
Como las cosas que no avisan, pero cambian todo.

No me buscó.
Me encontró.

Y en ese encuentro, suave y callado,
me enseñó que el amor también puede venir con canas,
con pasos lentos,
y sin prometer eternidad.

Shane fue una pausa en medio de mi caos.
Una mirada sabia en un cuarto oscuro.

Ella tenía una costumbre:
buscar mantitas, ropa, algo que oliera a humano y le diera calor,
para así poder echarse.
Pero no tan cerca,
como si supiera que mi alma todavía no quería compañía,
aunque la necesitara.

No me pidió permiso.
Se quedó.
Y yo, sin saber cómo,
empecé a volver.

Dicen que los amores grandes no se quedan para siempre,
pero sí dejan algo que no se borra.
Ella dejó una forma.
Un espacio habitado.
Un lenguaje sin palabras.

Ella tenía un propósito.
Ahora lo sé.

Mi viejita linda no apareció para quedarse eternamente,
sino para abrir un espacio en mi amargo corazón.
Habitó ese rincón un tiempo,
pero sobre todo… lo preparó para alguien más.

¡Y entonces llegó Lucas!
Ella ya lo tenía todo listo:
el cuarto, la cama,
y sobre todo…
mi corazón.

Shane le enseñó con gestos, rutinas y silencios.
Le mostró cómo era nuestra forma de querernos,
cómo se daban los mimos y los espacios.

Y Lucas, como si supiera que ella le cedía su lugar,
empezó a imitarla.
A ocupar los rincones que ella usaba,
a seguir nuestros pasos,
a entender, sin que nadie se lo dijera,
que ella le estaba dejando su herencia de amor.

Fue un relevo silencioso.
Esa fue la forma en la que Shane se quedó… incluso después de irse.

Hoy, cuando Lucas me recibe por las noches,
mirándome desde la cama con sus ojitos ansiosos,
esperando a que me eche para subirse a mi pecho y llenarme de besos…
sé que esa costumbre no es solo suya.
Esa la heredó.

Porque antes de Lucas…
Shane me eligió.



12 abr 2025

La otra despedida

No fue solo ella.
También se fueron ellos.
Esa familia que me abrazó sin pedir explicaciones,
que me cobijó en el momento más oscuro de mi vida,
Cuando perdí a mi mamá y el silencio que ella dejó aún me costaba.

Extraño sus formas de hacer familia hasta en lo más simple.
Disfrazando el amor en comidas, risas y charlas.
Esas reuniones donde la casa olía permanentemente a cariño
Esa rutina que sin saberlo me salvaba.

Porque hay amores que no se explican, se sirven calientes en un plato.
Que tienen olor a guiso y se cocinan lentamente.
Que están en esa sobremesa que se alarga sin apuro.
Y aunque uno ya no esté ahí.
Ese calorcito, intacto, servido, aunque cambie, no desaparece.

Y sí, yo también tenía una familia.
Pero la mía estaba rota, como yo,
como mi forma de amar.
Y ellos me enseñaron que el amor puede ser calidez, rutina, equipo.
Que se puede pelear y seguir siendo hogar.

Hoy, los recuerdos vienen a mí como fotos viejas,
esas que uno guarda sin intención,
pero que a veces aparecen con fuerza y te detienen.
Me dicen que no los olvide.
Que lo que aprendí ahí —en esa casa, en ese amor sencillo—
me sigue sosteniendo.

Porque ese fue mi lugar feliz.
Y ellos, los míos.
Aunque el tiempo haya pasado,
sé que cada vez que me pierda,
puedo cerrar los ojos
y volver a sentarme en esa mesa.
Donde éramos invencibles al tiempo,
porque estábamos juntos.
Y con eso bastaba.

A veces me pregunto si ellos también me extrañan.
O si saben que yo, en silencio,
los sigo queriendo.
Como se quiere a los lugares donde uno alguna vez se sintió a salvo.



10 abr 2025

Nosotros… aunque ya no

No hablamos. Pero cada cierto tiempo, te escribo algo invisible.
Un pensamiento. Un saludo mental.
Una oración bajita cuando siento que algo no anda bien contigo.
Y no, no quiero volver.
Pero tampoco me puedo ir del todo.

Hay días en los que me siento completo.
Y de pronto, apareces en un recuerdo, en una canción,
en una tontería que solo tú entenderías.
Y me río. Y te veo sonriendo en el cuarto.
Y me dueles. 
Todo al mismo tiempo.

No podemos ser amigos.
Y tal vez no hace falta.
Porque hay vínculos que no necesitan nombre,
solo un rincón suave en el corazón donde reposar.

Y a veces te sueño.
Nos encontramos sin peso, sin culpa, sin distancia.
Nos contamos cómo vamos,
nos decimos lo que en la vida real ya no sabemos decirnos.
Y esta vez no duele.
Porque en los sueños no existe el final.
Y al despertar, aunque el vacío vuelva,
queda esa paz de saber que fue real.
Que por un momento, estuvimos bien.

No espero nada.
Y sé que tú tampoco.
Lo nuestro no necesita volver para existir.
Porque está presente todos los días.
Lo nuestro se transformó en Lucas,
en esa melodía que exige ser escuchada,
y que tiernamente sigue siendo nuestra.

A veces pienso que ni tú sabes cuánto te quise.
Pero si en algún rincón del universo habita Dios,
Él sabe que te amé.
Con torpeza. Con miedo.
Con todo lo que tenía.
Y eso, nadie me lo quita.

Nosotros… aunque ya no.



9 abr 2025

Las noches con mi abuela

 

Nota del autor:
Hay noches que no se olvidan,
que regresan como un soplo de vida cuando el recuerdo vuelve.
Son noches que guardo como un refugio,
porque todavía puedo verla,
a ella, como un recuerdo vivo: mi abuelita Delia.
Ya no con la comida caliente —porque una enfermedad ya no se lo permitía y la tenía en cama—,
pero sí despierta, esperándome, con el amor intacto…
con el superpoder de ser mi heroína para protegerme de los golpes que por esos días me tocó vivir.


Volvía a casa con el corazón cansado,
arrastrando penas que la vida,
demasiado temprano,
me había hecho cargar.
Pero ahí estaba ella.

Mi abuelita.
Mi niña anciana.
Mi refugio postrado.
Su cuerpo ya no respondía,
pero su amor me sostenía entero.

Entraba a su cuarto sin decir alguna palabra,
ella lo sabía todo.
Me miraba con esa media sonrisa suya
y me ofrecía lo único que tenía:
su compañía, su historia.

Y una canción nos volvía cómplices:Volver de Gardel.

como si con cada verso y nota
ella regresara a sus años en Arequipa,
a su juventud,
a esa versión de la vida que, aunque doliera ella amaba tanto.
Y mientras lo hacíamos,
algo en mí también regresaba.
A la raíz.
A la paz.

Le tomaba la manita arrugada,
la besaba suave,
y lloraba en silencio,
como si cada lágrima dijera:
“Gracias por sostenerme, incluso desde la cama.”
Ella no decía nada.
Pero su rostro lo decía todo:
“No me engañas, hijito… pero te dejo creer que sí.”

Esa era nuestra complicidad.
Un lenguaje de dos almas que sabían que el tiempo se acortaba,
pero el amor siempre iba a ser eterno.

Nadie me sostuvo tanto,
como lo hizo ella incluso sin poder caminar.
Nadie me enseñó tanto sobre la vida,
como lo hizo ella en esas noches donde ambos
nos sabíamos frágiles,
pero juntos…siempre fuimos invencibles.

Magdalena, 08 de octubre de 2010


8 abr 2025

AMORES IMPOSIBLES

Me gustan los amores imposibles,
porque cuando son posibles… ya no son amor.
Amo desde el minuto uno.
Desde esa primera mirada que no promete nada,
pero lo dice todo.

Me enamoro de un gesto, de una voz que no se ofrece,
de una risa que no me pertenece.
De lo que no toco y no alcanzo.
De lo que no sé si volveré a ver.

Y es que el amor, al no tener espacio no sabe quedarse.
Es más poesía que costumbre.
Es más incendio que hoguera.

Porque cuando el amor se vuelve cotidiano,
también se vuelve frágil.
Y yo no quiero amores frágiles,
quiero amores eternos, aunque no duren.
Que me consuman, aunque no se queden.

Quizás mis historias no tienen finales felices,
pero tienen inicios inolvidables.
Yo no amo para tener, amo para arder.

Y quizás por eso,
mis amores más reales,
nunca llegaron a ser.



6 abr 2025

REINVENTARSE

Hay momentos en los que la vida pide una pausa.
Y en un mundo donde sentir parece un acto rebelde,
la soledad es mi refugio más honesto.
Ahí no solo me encuentro…
también me reinvento. 



Soy de extremos.
A veces estoy, y a veces no.
Y no es porque no los necesite,
sino porque también me necesito.
Porque para volver a darlo todo,
tengo que volver a mí.
Y por eso, cuando el alma me pide silencio, me retiro.

Esta fuga es regreso,
una vuelta hacia mí,
para encontrarme, para entenderme,
para no perderme entre el ruido del mundo.

He aprendido que también habito en la ausencia,
en la pausa, en la sombra.
Y que el amor —el real— entiende eso.
No exige que siempre esté presente,
solo pide que sea sincero.

Desaparezco, sí.
Y no siempre hay una razón.
Solo una profunda necesidad de volver a casa…
la que llevo dentro.

Porque aislarse no siempre es huir.
A veces es volver y abrazarse.
Y en ese abrazo silencioso,
se gesta el reencuentro más honesto con uno mismo.
Para después volver al mundo con más verdad.

Y en esos momentos donde la soledad no exige nada, soy feliz.
Rodeado de pensamientos, canciones y palabras.
Y aunque parece que no hay nadie,
el silencio me inspira y me acompaña.

Y luego regreso.
Más claro, más limpio, más entero.
Y regreso con risas,
con nuevas notas,
con llanto y con amor.

Porque para mí, conectarme con otros
solo tiene sentido
si estoy conectado conmigo mismo.

JP.

MI FAMILIA DE CUATRO PATAS

Dicen que hay amores que te salvan y te reconstruyen —que llegan cuando estás a punto de darte por vencido—.
Yo no creía en eso… hasta que lo viví con Lucas, Florencia y Alma.
No los elegí… o tal vez sí, pero me gusta creer que fue la vida la que se encargó de juntarnos justo cuando más lo necesitábamos.


Lucas fue quien llegó primero. El que convirtió mis pasos en una sombra suya.
Mi pequeño engreído, gruñón y malcriado —porque uno también aprende lo que es amar desde la imperfección—.
Él me enseñó a querer otra vez sin condiciones.
Él no es un perro, es una extensión de mí, con patitas y cola.

Florencia, mi Flo, llegó en un momento extraño, cuando la pandemia nos encerró, y Lucas y yo éramos dos corazones que estábamos un poco rotos.
Ella es mi equilibrio, la que pone la patita cuando quiere algo, la que se sienta a mi lado en los días tristes.
Es la primera en sentir si algo anda mal —es pura inteligencia emocional con hocico—.
Ella es la que me cuida, aunque parezca que soy yo el que la protege.

Alma… mi negrita. La pequeña gigante.
La que apareció en una playa al borde del olvido.
Yo creía que la estaba salvando, pero fue ella quien me rescató.
La nobleza que carga en sus ojos es de otro mundo —tiene una mirada dulce e intacta—.
Alma me recuerda que a veces hay que volver a empezar, aunque duela.
Que las heridas sanan y que siempre vale la pena confiar otra vez.

Dicen que uno no elige a su familia, pero yo no estoy tan seguro.
Con ellos tres nos elegimos y ahora nos acompañamos en el miedo, en las despedidas y sobre todo frente al amor.
Ellos no saben de pasado ni de futuro y me enseñan a vivir el presente como si fuera lo único que importa.
Sus patitas, sus ojos, sus formas distintas de decir “estoy aquí” son mi hogar.
Son mi manada.
Mi alegría diaria.
Mi ternura constante.
Mi familia elegida.

Ellos no solo caminan conmigo: habitan en mi mundo azul.
Y ahora también —con este texto— en mis paranoias literarias.




28 ago 2014

SENSIBILIDAD

Hay versos, cuentos, sonetos y novelas que nos calman, como los recuerdos que, de vez en cuando, vienen a la mente y que siempre vuelven corriendo a los sueños por temor a ser descubiertos.

Esos agujeros llenos de colores son dulces expresiones literarias que, para algunos de nosotros, siempre serán el desnudo de nuestras emociones hecho arte.

En un “baúl”, hace mucho, empecé a escribir lo que mi voz y mis actos intentaban vivir.
Con el transcurrir del tiempo, las historias cobraron vida, transformándose en efectos musicales, equinoccios de primavera, nostálgicas manías y confesiones inoportunas, que con locura se inspiraban y con tierna melancolía se componían.
Juntos compartimos los días de invierno y, así, conversando, le hicimos un alto a la vida.
Los espacios nunca más fueron vacíos, y emocionados miramos a la luna cual hoguera, y nos sentamos alrededor de ella, creando Paranoias Literarias

Con el paso de los encuentros, las ideas se volvieron un sutil entendimiento, y las palabras tendieron puentes de amistad que la distancia y el tiempo no pudieron quebrar.
Volvimos las cosas complicadas en simples, confundiendo el día y la noche con poemas de amor a orillas del mar.



Y tal vez todo esto es solo lo que yo pienso, y nada se asemeje a una verdad.

Aun así, si estas fueron tan solo mis locuras escritas y parecieran poco interesantes mis palabras… todas son recuerdos del pasado que, hoy día, agradezco.
Hace unos años, un baúl explotó y hoy es una realidad de color azul, mi color favorito.
Estos son tan solo mis recuerdos e historias y, ahora, ya con algunos años encima…
mis viejas Paranoias Literarias.